“Queremos demostrar que hay que escapar de los límites artísticos”

La directora Betty Gambartes explica la naturaleza de “Orestes”, una ópera-tango en que conviven el malevaje y el canto lírico.

Esos malevos, altivos y desafiantes, eran los más bravos y peligrosos del arrabal. Con los cuchillos resolvían pleitos, productos de odios viscerales, y con sus miradas fulminantes, como si fueran prolongaciones afiladísimas de sus navajas, advertían que la muerte no era un decreto de necesidad y urgencia sino una sentencia irrevocable. La vida del 900, teñida por el color escarlata de la sangre derramada en cientos de duelos, que el dramaturgo Sergio De Cecco condensó en El reñidero (pieza que escribió en 1962 con la intención de trasladar la tragedia Electra de Sófocles al barrio de Palermo) regresa en formato de ópera-tango. Orestes, que se estrenó el jueves pasado en el teatro Avenida (Av. De Mayo 1222), y que se podrá ver el viernes, sábado (a las 20) y domingo (a las 18), cuenta con textos de Betty Gambartes (también a cargo de la dirección general), la participación del Sexteto Tango, dirigido por Diego Vila, y Oscar Araiz, responsable de las coreografías.
Si en las familias griegas la muerte era una vieja conocida, una presencia cotidiana, aceptada como una contingencia social, los malevos de este arrabal en crisis saben que los hombres se amasijan por asuntos que traen al nacer. “El mandato paterno marca a Orestes, pero la madre pone en tela de juicio y horada todo ese mundo del culto al coraje. Por eso el coro presagia que nos enlutan la esperanza, porque la única manera de respeto que imponen esos hombres es la prepotencia y la arrogancia, dos características tan enraizadas en nuestras costumbres”, señala Gambartes en la entrevista con Página/12.
Gambartes comenta que trabajó durante dos años para alcanzar el grado de fusión indispensable entre ópera, tango y danza, que requería reelaborar la obra de De Cecco junto con Diego Vila. El elenco de Orestes, reflejo de este hibridaje, está integrado por la cantante Julia Zenko (que encarna a Elena), el bailarín de tango Carlos Rivarola (Pancho Morales), el cantante lírico Carlos Vittori (Orestes), Rodolfo Valss (Soriano) y Susanna Moncayo (Nélida). “La gran tragedia de Orestes fue haber nacido en el arrabal, porque el personaje está determinado por el contexto y por la disyuntiva entre lo masculino y lo femenino, pero también por el dilema de mantener los valores del pasado o modificar radicalmente su presente. No sabe si seguir anclado en el deber ser, que le transmite su padre, o forjarse un destino diferente”, aclara Gambartes. El reñidero, el ámbito en donde se “celebra” la riña de gallos, es una metáfora de esa sociedad, presa de la ley de la muerte. En la versión de Gambartes y Vila, el título se desplaza hacia Orestes, víctima del choque de dos fuerzas dramáticas: el orden de un círculo cerrado (el del reñidero) y la posibilidad del cambio social, de desmantelar ese culto al honor y la muerte. “Si bien ha formado parte de los códigos del malevaje, a Orestes no le da lo mismo matar por matar”, reflexiona Vittori. “Este personaje transita por una época en donde el malevaje comienza a estar al servicio de los poderes políticos. Las disputas ya no se resuelven por el honor en sí mismo sino que el cuchillo aparece al servicio de un político, que utiliza a los malevos para ajustar cuentas pendientes. Orestes es un personaje bisagra, que se encuentra atado a la época del padre, pero sin convicción.”
La estructura operística, según comenta Gambartes, le confiere a este montaje un delicado entramado de lenguajes. Las coreografías avanzan con la acción dramática y los colores musicales –cómo canta cada personaje, cuál es la voz apropiada y las líneas melódicas a las que debe ceñirse– perfilan las tensiones escénicas. “Esta fusión de bailarines de distintos géneros, con cantantes líricos, populares y de la comedia musical, me parece un hallazgo. Nos importa demostrar que hay que salir del reñidero, de los márgenes estipulados, escapar de los límites artísticos. Abramos el reñidero, que se puede convivir con artistas de procedencias disímiles”, sugiere la directora. La figura de Pancho Morales (ese padre muertoidealizado por Elena, que clama justicia y venganza), que en la obra aparece a modo de raccontos, se va diluyendo en la medida en que no se juega tanto por el honor sino por intereses mezquinos: entrega al hijo para que purgue por un delito cuyo autor intelectual no es Orestes sino Pancho. “Nuestra época es salvaje y violenta como el reñidero. Tal vez no matamos a cuchillazos, pero hay acciones que resultan peores y más siniestras que el acto de matar. Es cierto que ese mundo era más primitivo, pero nuestra vida moderna plantea muchas situaciones tan crueles como las que se exponen en la obra. La lucha por la vida mantiene una poderosa vigencia. Aunque más de uno se abstenga, si pudiera mataría tan fácilmente como se hacía en esa época”, dice Rivarola.
“Orestes es un personaje en crisis, que vive con un pie a cada lado de una línea, que se debate entre un honor, que siente que ya no le pertenece, y lo nuevo. En cada argentino subsiste el dilema de la crisis absoluta de Orestes. Estamos viviendo una etapa de transición, intentando dejar atrás un pasado oscuro, lleno de odios y venganzas. Todos los argentinos nos parecemos un poco a Orestes, el único personaje que termina vivo, en cuanto a su integridad, ya que Elena concluye sepultada en su dolor. Orestes se resiste a su pasado, se enfrenta a su padre y se opone al lenguaje del malevaje. Los argentinos sentimos que, pese a la herencia, tenemos una pequeña esperanza de cambio”, sostiene Vittori.

Por S. F.

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